Asimetrías
Por Fausto Fernández Ponte
"Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los encargados de aplicarla".
Stanislaw Jeszy Lec.
I
La historia --la madre de todas las ciencias-- aporta luces acerca de nuestro presente, pues no sólo identifica los porqués de los problemas que ante sí tenemos, sino también inferidamente las soluciones a éstos.
Como historiador --que tal es la formación académica de éste escribidor--, el presente e incluso los escenarios prospectivos posibles son comprensibles mediante el uso de los enseres de esta ciencia.
Predeciblemente, esos enseres --metodologías, pues-- dan viabilidad a la comprensión de la dialéctica de nuestra realidad si abordada para fines del ensayo periodístico. Ello es silogismo fiel.
Cierto. Un periodista es, por definición, un político, como bien decíalo José Alvarado y le secundaba con atinencia Francisco Martínez de la Vega-José Revueltas decía que el periodismo es historia.
Revueltas --uno de los gigantes de la literatura mexicana-- sustentaba la tesis de que ejercer el periodismo en cualesquier de sus géneros es una forma de historiar. Ello lo confirmaría Luis González y González.
Don Luis era historiador de verdad. En su célebre "Ronda de Generaciones" --lectura recomendada a los leyentes jóvenes-- usa la herramienta nodal del arte de historiar, o sea el historicismo.
El historicismo --nos dice el pensador ecuatoriano Rodrigo Borja-- es la herramienta para discernir la realidad social en un periodo cualquiera de la historia y, por extrapolación, del presente mismo.
II
Dicho de jaez y estilo más llano, conocer la historia, aquilatar sus moralejas y discernir sus alcances es esencial para un individuo y para una nación, pues contribuye a mantener despierta, viva, la conciencia.
Trátase, desde luego, de la conciencia política de la sociedad o, a fuer de precisorios, del pueblo, identificado éste evolutivamente como el principal y mayor elemento constitutivo del Estado.
Ese elemento constitutivo principal y mayor del Estado preside, según las leyes del desarrollo social, sobre los demás elementos constitutivos de dicho Estado: el poder político, la soberanía, el territorio, etcétera.
Ello implica que el poder político del Estado está subordinado al pueblo, aunque para el marxismo el poder político obedece al interés de un estrato o incluso un grupo faccioso de una clase dominante.
En ambas concepciones acerca del Estado hay verismos insoslayables. En el caso del Estado mexicano se dan cita la interpretación romano-cristiana occidental y la marxista.
Ello es evidentísimo ante la historia. En México el poder político del Estado --o sean los Poderes de la Unión y sus personeros, conocidos éstos como "clase política"-- no está subordinado al pueblo; lo opuesto.
Es, pues, ajeno al pueblo ese poder político. Lo ha sido, si nos remitimos a la experiencia histórica, desde que se consumó la Independencia, desde Agustín de Iturbide hasta Felipe Calderón.
III
Que la soberanía reside en el pueblo es tesis incontrovertible que, sin embargo, ha sido negada en los hechos mediante la práctica política que, en la latitud mexicana, se sustenta sobre la simulación.
Simular que el poder político --la "clase política"-- sirve al pueblo ha sido la constante (y lo es hoy dramáticamente) del Estado mexicano, salvo interregnos históricos (v. gr., las Leyes de Reforma).
Ésto explicaría en el presente el fenómeno del "voto nulo", que es una variante del "voto útil" que llevó en 2000 a un demente confirmado, Vicente Fox, a Los Pinos. En 2006, éste impuso a don Felipe.
¿Y la historia? Al no conocerla un pueblo, éste vive sometido, como lo ilustra cual libro de texto la realidad mexicana. No en vano el poder político se afana en diluir la cabal enseñanza de la historia; es peligroso.
Desconocemos el rostro social de nuestra historia y las leyes universales y particulares que la rigen; si la conociésemos en conciencia ya nos habríamos librado del poder político parásito que nos asfixia.
Ese poder político sanguijuela --chupador de la sangre del pueblo-- le teme a que los mexicanos conozcamos su historia más allá de los mitos, pues ello despertaría conciencias y agotaría la paciencia social.
Mas, aun desconociendo la historia orgánica de las luchas del pueblo de México --concurrentes y simultáneas a sus fases de conformación mestiza-- el instinto de supervivencia histórica ha prevalecido. Vive.
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