ASIMETRIAS
Fausto Fernández Ponte
I
La Matanza de Tlatelolco --ocurrida un 2 de octubre hace 40 su años-- es un sucedido muy dramático del pasado que, en términos históricos, es reciente, de allí que se le sitúe como lo que "es", tiempo presente, y no como ocurrencia pretérita.
Fué. Y es. Legado vivo que trasciende la efeméride y sedimentalmente se asienta --se está asentando, diríase con propiedad-- en los acervos sensoriales del alma nacional. No se empolva ni se llena de telarañas subjetivas. No pierde vigencia.
Dirìase que lo contrario. No pierde y sí, en cambio, acrecienta exponencialmente los tesauros de sus moralejas y adquiere plusvalía didáctica: nos enseña a los mexicanos a intensificar las luchas contra todas las formas de opresión.
La Matanza de Tlatelolco "es", pues, un sucedido del presente en el esquema de la ronda de generaciones de mexicanos, desde la Conquista e insurgencias indias y africanas --como la de Yanga-- en el Virreinato novoespañol y el Grito de Hidalgo.
Pero el Grito de 1810 no fue una culminación --como la Matanza de Tlatelolco tampoco lo fue-- de un largo y turbulento, méandrico y azaroso proceso transgeneracional del albedrío social para desasirse de yugos internos y externos. Romper cadenas.
Cadenas de opresión inicua, cabría decir, encuerpada ésta en la coacción y la coerción virreinal del poder imperial español y, sobre todo, en las ataduras mentales y culturales --que persisten aun, fortalecidas-- de control social en la psique colectiva.
II
La liberación --emblematizada en la Consumación de la Independencia, en 1821-- fue, dígase sin apaños ni tapujos ni embozos, condicionada por los imperativos de la realidad de los correlatos de los poderes que eran y estaban.
Poderes que persistieron durante ese siglo XIX, de guerras intestinas, agresiones rapiñadoras y despojos territoriales por las potencias de entonces y de hoy, como la religión organizada para fines de poder y el control de lo espiritual y la conducta del mexicano.
Persistió, así, la opresión general y particular. Ésta se extendió hasta el siglo XX, con frecuentes lapsos libertarios y reivindicadores --como el de la Revolución Mexicana, finalmente traicionada-- y el siglo ocurrente, el actual, el XXI.
Esa opresión continúa en una gama variopinta de gradaciones y modalidades, estilos y morfologías, con arreglo a los componentes de los contextos y la interacción de éstos y sus concatenaciones. Los imperativos de la dialéctica de la opresión son constantes.
La opresión es un verismo fáctico e insoslayable según el grado del desarrollo de la toma de conciencia del individuo y la colectividad. Millones de mexicanos no registran ese verismo ni su naturaleza. No tienen conciencia de la opresión.
La opresión es polifacética, multiforme, mimética, insidiosa, alevosa y premeditada, dolorosa siempre; a veces sus operadores y personeros emblemáticos nos la ofrecen salvadora o integradora e incluso los más cínicos la justifican como patriótica, necesaria.
III
Y quienes se oponen a la opresión (aquellos que la registran en virtud de su desarrollo conciencial lúcido, social o personal) y luchan organizadamente contra ella, sufren represión de carácter extremo o final. El poder opresor es represor.
En ese gran contexto historico debemos registrar e identificar y entender el alcance moral --una épica moral, de desinteresado sacrificio ofertorio-- del trágico sucedido del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas.
Pero el contexto històrico abarca también su ubicación filosófica. La filosofía de la Historia diría a los mexicanos que la Matanza se desnuda del atributo de hito y abraza a todo el proceso de las luchas históricas del pueblo de México.
Como hito, el sucedido de la Matanza de Tlatelolco se estratifica, como mito inanimado más propio de un folclorismo mediatizador de energá disidente que de enseñanza emulativa, como símbolo vivificador de la fuerza telúrica del "continuum" social.
La Matanza se inserta en varios contextos mayores y menores, pero son los primeros los que definen su trascendencia: fue parte de un movimiento social intenso, con represiones extremas --hubo otras degollinas de jóvenes-- de indudable laya histórica.
Esa laya histórica deviene de su móvil axial: la lucha contra la opresión. La lucha continúa hoy en otros planos y escenarios, hasta aquí, en éste mismo instante. Ello configura un axioma inexorable: mientras haya opresión, habrá lucha contra ésta.
Antes --siglos atrás-- y después de la Matanza la lucha del pueblo de México para librarse de sus opresores tiene fehacencia orgánica. Los opresores del antaño histórico son los mismos del hogaño calderonista. Sólo han cambiado de antifaz.
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Continuum: el sociología,
Degollinas: matanzas.