?La masacre de Acteal es parte de un engranaje de guerra en donde los afectados (agredidos, atacados) han sido principalmente los indígenas zapatistas?.
Xóchitl Leyva Solano.
I
Persiste en el inconsciente colectivo de los personeros panistas, priístas, perredistas, etc., del poder político del Estado un trasgo espectral esperpéntico: el estallido social, entendido éste de guisa variopinta. Usar esa expresión es hoy moda.
Pero, ¿qué deberíase entender por estallido social? ¿Una explosión de iracundia de varios estratos y clases sociales que, agotada su energía catártica, volvería a un nivel de presión inocua? ¿O una deflagración de descontento societal? ¿Descarga? ¿Voladura?
¿O un proceso revolucionario organizado, extendido, ramificado, con objetivos reivindicadotes que implicarían la toma de, por lo menos, los enseres estratégicos del poder político del Estado con fines de cambios estructurales y superestrucutrales?
Fuese cual fuere la definición y, desde luego, la percepción comprensiva general del fenómeno descrito como ?estallido social?, lo vero, así antójase, es que éste ya está ocurriendo. Hay ruptura. La sociedad ya estalló. Hay estruendos de protesta. Truenos.
Y, sobre todo, hay crepitación. Sí, crepita un fuego atizado por los vientos civiles de los anhelos de reivindicación socioeconómica y sociopolítica que se extienden desde los ríos Tijuana y Bravo hasta el Hondo ?frontera con Belice? y el Suchiate y Usumacinta.
Pero ese fuego y la crepitación deveniente no han resultado de una combustión espontánea; tiene causales profundas, transversales en el universo de los anhelos históricos de los pueblos de México. Los mexicanos vivimos en un contexto de guerra.
O de guerras, a fuer de precisión y exactitud. El poder político como tal y sus facciones incluso antagónicas ?que dan verismo a las leyes de la dialéctica-- hace varias guerras que, inaconsejable, suicidamente, libra en muchos frentes simultáneos.
II
Está, por principio, la gran guerra contra el pueblo que, objetivamente documentada, tiene manifestaciones de tan intenso y trágico dramatismo que disipa las nieblas que ocultarían sus causas: la naturaleza antisocial del poder político del Estado mexicano.
Para los personeros panistas, priístas, perredistas, etc., de ese poder político antisocial del Estado, el pueblo es el enemigo al que hay que someter porque ya ?amenaza? con estallidos de irritación y reivindicación. Más el estallido se dió en 1810. O antes (1519).
La experiencia de las luchas históricas de los pueblos de México ?que incluiría a la diáspora mexicana en Estados Unidos-- ha sido variopinta, con altibajos fásicos y etapas nítidamente delimitadas a veces y ambiguas y confusas en otras ocasiones.
Pero en esas luchas históricas ha habido ?hay, precísese? una constante insoslayable que escapa a las leyes de determinismos metafísicos del desarrollo social. Esa constante se define a sí misma por las causales estructurales y sus coyunturas particulares.
Algunos abanderados de la sociedad ?ajenos al poder político formal del Estado mexicano histórico, desde 1824 a la fecha-- han entendido y continúan comprendiendo las fases de esas luchas históricas como resistencia, sea ésta pacífica o violenta.
Resistir los embates de la opresión de los más por los menos no es, ni de lejos, revolucionario; sería lo opuesto. Resistir pasivamente tiene un efecto mediatizador sin méritos reivindicadotes. La resistencia civil debe abandonar su foquismo protestatario.
Y convertirlo en quehacer estratégico y táctico recursivo que no sólo exija en la calle que los personeros panistas, priístas, perredistas --salinistas en suma? del poder político del Estado renuncien a su vocación antisocial, sino su perentorio desalojo.
III
¿Y cómo desalojar a esos personeros espurios del poder político del Estado? La vía no es la del desalojo físico, a patadas ?que se vayan a su casa o, si posible, a la cárcel--, sino la de los brazos caídos. Huelga general. Huelga general organizada. Sí, organizada.
Huelga general de pago de impuestos al Estado y al consumo de bienes y servicios y boicoteos a las actividades mercantiles de los monopolios de producción e intermediación lucrativa. Piénsese en Bimbo, la Coca Cola, la televisión, por ejemplo.
Abandonar así el atavismo de resistir heroica, estérilmente la opresión, sino cesar las causas y efectos de éste y revertirlas sin miramientos estratégicos y tácticos en pos de un ilusorio modus vivendi de indefiniciones. Ni Hidalgo ni Morelos lo aceptaron.
No lo aceptaron, tampoco, Magón, Zapata, Villa. No lo aceptaron Vallejo, Campa, Salazar, Genaro, Lucio o los hijos biológicos y putativos de las madres que, con Rosario Ibarra, exigen les devuelvan, vivos, a los desaparecidos desde Díaz Ordaz a Calderón.
No se trata, pues, de fijar como objetivos estratégicos el empate ?lo que los gringos llaman ?Mexican standoff?-- , pues éste seguiría siendo opresión desde cualesquier prismas de la política como medio de búsqueda y logro de bienestar social.
Éste último ?el bienestar social-- ha dejado de ser objetivo histórico inalcanzable.
Desde la Constitución de Apatzingán y el Plan de Ayala hasta la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, el bienestar social tiene atajos transitables: la democracia vera.
Cierto. El bienestar social no es sólo una esperanza inasible por intangible ?sueño de noches de veranos revolucionarios? y un anhelo determinado por arbitrarias leyes míticas de la metafísica y el esoterismo; éstos son, en realidad, medios de control social.
El enano del tapanco ?envuelto en un petate de muerto-- aterra a los Salinas, Slim y otros oligarcas y sus plutócratas a ubérrimo estipendio gubernamental. El enano bien puede llevar por nombre Andrés Manuel, pero su ?id? real es el hartazgo de la opresión.
Por Fausto Fernández Ponte
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